Pillars of Eternity II: Deadfire - Beast of Winter

Una de las claves en las que reside la especial inmersión del rol es la complejidad y la elaboración de un universo, un cuidado y extenso escenario para albergar la acción; en otras palabras, unos elementos de contextualización que sitúen al jugador en una realidad ficticia que, a pesar de estar regida por normas y leyes distintas a las nuestras, se perciba como algo auténtico, extrañamente verosímil. Precisamente esta es una de las múltiples bondades de las que hace gala Pillars of Eternity II: Deadfire -cuyo análisis puedes leer aquí-, un fantástico RPG de corte clásico que es uno de los grandes nombres propios de 2018. Y, por si no fuera suficiente su magnífica aventura principal, una epopeya espiritual y deífica tan extensa como memorable, Obsidian tiene previsto el lanzamiento de tres expansiones de las que, efectivamente, Beast of Winter tiene el honor de ser la primera. La caza de dioses continúa.

En esta ocasión, el Observador de Caed Nua se verá requerido en la Bahía de los Precursores, un extraño iceberg que surca los mares meridionales del Archipiélago de la Llama Extendida, y que alberga auténticos horrores, almas olvidadas y secretos bajo sus nieves. Como decíamos, el componente de las divinidades es uno de los motivos centrales de la franquicia y el gran elemento unificador de todo su lore; afortunadamente, esta característica no se ha perdido, y en Beast of Winter se circunscribe alrededor de Rymrgand, cuya voluntad es tan peligrosa como intentar pronunciar su nombre habiendo tomado unas copitas de más. Lo cierto es que el jugador ya podía encontrarse con este gélido y misterioso dios en la aventura, previa invasión transitoria a sus crueles dominios en el más allá, y advertimos que su presencia no es precisamente acogedora.

En cualquier caso, esta deidad con forma de uro antropomórfico está relacionada con la entropía y con todos los sentidos de colapso, muerte, hambruna o incluso con la mala fortunra; Rymrgand es el auténtico heraldo del fin de los tiempos, símbolo de la inevitabilidad de la muerte, y parece decidido a llevar el invierno eterno a todo Eora, a través de un portal que conecta su fría y devoradora dimensión con el plano de los mortales. Evidentemente, nos tocará a nosotros averiguar sus auténticas intenciones, y contaremos con la ayuda de un nuevo compañero, Vatnir, un Divino marcado con el estigma del mismo dios de la muerte y que habrá de enfrentarse a sus dudas y temores. Evitaremos, eso sí, ahondar en más detalles de la trama por ser un aspecto fundamental de la propuesta del título, pero sí que avisamos de que las cosas no son tan sencillas como parecen.


El apartado jugable, como no podía ser de otra forma, mantiene los mismos puntos fuertes que en la aventura principal; el combate, basado en enfrentamientos tácticos en tiempo real y en un sistema de clases y habilidades -herencia de los grandes del género-, nos llevará a luchar contra toda clase de enemigos, desde seres de pesadilla a acólitos aterrorizados, pasando, por supuesto, por proyecciones espirituales, guardianes del más allá o un intrigante e irreverente dragón, en nuestro intento por impedir el fin de los tiempos. A pesar de que no hay grandes novedades al respecto, sí que observamos un ostensible aumento de la dificultad -que evidentemente puede deberse a las clases involucradas-, ya que los combates multitudinarios contra seres blindados o con grandes resistencias a perjuicios son el pan de cada día. De igual forma, las situaciones un tanto caóticas y las trampas son un elemento rutinario de nuestras desventuras por el más allá, lo que crea un conjunto exigente que te mantendrá pegado a la pantalla... y atento a las barras de salud de tu grupo.

En términos audiovisuales, cabe señalar que la exploración ya fue una de las características más potenciadas en esta segunda entrega, y consigue seguir sorprendiendo y seduciendo gracias a los eventos narrativos, a la interacción del jugador con los escenarios, y a las bellas y desconcertantes localizaciones en las que se desarrolla la acción. En este sentido, es innegable que la estética de Beast of Winter puede recordar a los parajes níveos y montañosos de la Ruta Calcárea, la serie de expansiones del primer Pillars of Eternity; sin embargo, la atmósfera que más protagonismo y buena factura exhibe es ese extraño plano onírico y espiritual de Rymrgand, que nos encandiló con su acertada ambientación y puesta en escena. Digamos que es precioso a su decadente manera. Finalmente, la música, y especialmente la sensacional actuación de voz -impagable el tono de ultratumba de la macabra deidad- terminan de redondear una de las grandes bazas tanto de la expansión como del juego base.

Conclusiones.

Beast of Winter es una experiencia cautivadora, intrigante y difícil que se integra a las mil maravillas en la aventura principal, tanto a nivel argumental como estético. Es cierto que no aporta grandes novedades, al fin y al cabo es una mera expansión, y que su duración no es muy elevada -alrededor de las 7 horas-, pero introduce uno de los relatos más interesantes y esotéricos de la franquicia, en parte gracias a la presencia de Rymrgand, uno de los seres más intrigantes y nocivos del universo de Pillars of Eternity. En definitiva, nos encontramos ante un contenido imprescindible para los amantes del género y para los seguidores de las fantásticas obras de Obsidian; una aventura que pone de manifiesto que nuestras andanzas por Eora y nuestros periplos con los dioses no han hecho más que empezar.

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