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Análisis de The Hundred Line - Last Defense Academy, el JRPG táctico de los creadores de Danganronpa y Zero Escape
Too Kyo Games y Aniplex se alían de nuevo con The Hundred Line - Last Defense Academy, un notable JRPG táctico "a lo Persona" de los creadores de Danganronpa y Zero Escape
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The Hundred Line: Last Defense Academy es el nuevo JRPG táctico con estructura de novela visual desarrollado por Too Kyo Games y distribuido por Aniplex, alianza bastante común en el país del Sol naciente en todo lo relativo a la publicación de videojuegos con estética y fondo anime. No obstante, no todo es “común” en The Hundred Line; al frente del proyecto se encuentra Kazutaka Kodaka, conocido por su trabajo como creador de la extraña y divertidísima franquicia Danganronpa, que en este caso viene acompañado de Kotaro Uchikoshi, la mente maligna y sórdida detrás de la sensacional serie Zero Escape. Más aún, The Hundred Line es el proyecto más ambicioso del estudio en toda su historia, circunstancia que no dejaría de ser una casualidad si no implicara que, efectivamente, Too Kyo Games corre un riesgo real de entrar en bancarrota si su nuevo videojuego no tiene el éxito esperado.
Todo esto, que podría ser una receta para el desastre, ha terminado siendo justamente lo contrario, porque The Hundred Line: Last Defense Academy, incluso con sus tropos intermitentes de shonen japonés, su apartado visual humilde, y su guion, que posee una marcada ambivalencia entre el tono trágico de la historia y la personalidad histriónica y/o arquetípica de algunos de sus personajes, es un magnífico JRPG táctico que bebe de Persona, 13 Sentinels Aegis Rim, e incluso de Fire Emblem. Está claro que lo último de Too Kyo Games apunta a un público un tanto específico, pero te cuento por qué creo que es uno de los mejores JRPG de Nintendo Switch en general.

The Hundred Line: una narrativa laberíntica en 100 días
La trama de The Hundred Line se sitúa en una versión distorsionada y alternativa de Tokio, en la que la población se ha visto obligada a vivir en cúpulas-hábitats subterráneas como consecuencia de una situación de guerra de la que al principio no tenemos demasiados detalles. El protagonista, Takumi Sumino, héroe 101 del departamento shonen, es un joven aparentemente común que, tras un evento sobrenatural que involucra a entidades alienígenas, promesas románticas y crisis climáticas, adquiere una suerte de poder especial relacionado con su sangre. Detrás de ello está Sirei, la mascota-personaje nuclear de The Hundred Line, que sigue la tendencia del estudio de incluir seres que se hallan a medio camino del peluche y del anime de terror como figuras centrales del misterio de sus obras.
Total, que Sumino es reclutado por una institución secreta, la Last Defense Academy, junto a otros catorce estudiantes. La misión es sencillita: deben defender el mundo durante 100 días de una invasión alienígena extradimensional. Si fallan o se niegan, Tokio cae, y con ello todos sus seres queridos, sus esperanzas, sus futuros, y la propia humanidad. Sin presión, por supuesto. A partir de aquí, es importante destacar que narrativamente el título se estructura como una novela visual con alto grado de interactividad, en el sentido de que no estás solo leyendo todo el rato, sino que también tienes un cierto rango de exploración en la Academia, mecánicas sociales que recuerdan a los confidentes o social links de Persona, y por supuesto la posibilidad de practicar y entrenar en las salas habilitadas para ello, todo ello bajo una división temporal de mañana-tarde y un calendario de días que, de nuevo, parece rescatado directamente de la franquicia estrella de Atlus.

Eso sí, con la salvedad de que, dependiendo de nuestras decisiones, la historia puede cristalizar en casi 100 finales diferentes, con distinto grado de complejidad y elocuencia argumental, aunque manteniendo en casi todos los casos una atmósfera enrarecida, que se debate entre lo melancólico, lo combativo, lo cotidiano y lo apocalíptico. Quizás por eso no me ha terminado de convencer esa tangible dualidad entre seriedad argumental y recurso narrativo básico del manga japonés de demografía adolescente, con una trama y unos personajes que, sí, se van desvelando correctamente con el paso del tiempo, pero que a veces recurren a ciertos mecanismos argumentales que parecen más propios de una propuesta tirando a ligerita, y no de una lucha desesperada por la supervivencia de tu especie.
No obstante, es altamente probable que sea una cuestión generacional e incluso cultural; en líneas generales, la historia de The Hundred Line está bien, es altamente reactiva, tiene ideas muy buenas (a pesar de sus asperezas) y te mantiene siempre con ganas de más, lo cual es un don muy a tener en cuenta. Siempre está ahí la sensación de estar atrapado en un lugar más allá del tiempo y del espacio, donde la desesperanza, el apocalipsis, la adolescencia y el humor más japonés se dan la mano. Si te gustan este tipo de propuestas, The Hundred Line cumple con todos los ítems de la checklist; si no, es posible que en algún punto termines desconectando de la trama y de sus personajes.

Jugabilidad: estrategia táctica con alma de novela visual
El gameplay de The Hundred Line se estructura en dos pilares fundamentales: el combate táctico por turnos y el ciclo diario de actividades tipo visual novel. En el campo de batalla, el jugador, con equipos multitudinarios de personajes (hasta 15), debe resistir oleadas de enemigos en mapas organizados por cuadrículas, en un desesperado intento de proteger el núcleo del campus del ataque alienígena. Digo desesperado porque no solo casa a nivel semántico con la propuesta argumental del título, sino porque también las oleadas son cada vez más intensas.
Las batallas, que se articulan mediante un sistema de puntos de acción (AP) compartidos por todo el grupo, deben gestionarse con precisión para optimizar los turnos, pero tienen un interesante giro de tuerca; a diferencia de Fire Emblem, donde la muerte de un personaje en el modo clásico implica su desaparición del plantel, en The Hundred Line se incita continuamente a que arriesguemos la vida de nuestros personajes, e incluso que decidamos cuándo deben morir. Esto último termina siendo un factor clave para el éxito.
No es tanto un ejercicio de estrategia macabra, que hasta cierto punto sí; es que los personajes al morir liberan efectos devastadores, y luego reviven en el siguiente ciclo, algo que la propia narrativa asume y desarrolla con bastante frecuencia e intencionalidad, puesto que al final están todos “atrapados” en una guerra que no entienden. En cualquier caso, cada uno de los 15 personajes posee habilidades activas y pasivas únicas, de muy diversa índole: recorrer casillas en moto para ganar escudos, ganar más poder de ataque por cada enemigo eliminado, recargar más la barra de ataque especial grupal al recibir daño…
Todos tienen lo suyo, tanto en materia de neurodivergencias (hay cada loco suelto en The Hundred Line…) como de esquema táctico en materia de desarrollo de personajes, lo cual permite configurar un sistema de combate que, si bien no llega a las altísimas cotas de calidad de los grandes T-RPG de todos los tiempos, se mantiene súper interesante, variado y adictivo en las 30-40 horas que dura la aventura principal. Por supuesto, fuera del combate te puedes esperar gestión del tiempo y dinámicas sociales, el terror del hikikomori español: entrenar, establecer vínculos sociales, realizar investigaciones o espaciar correctamente los descansos son decisiones que tendrás que ir haciendo sobre la marcha, cuando tengas el día libre y no haya que defender la academia. Todo se estructura en un calendario de 100 días con eventos fijos, secundarios, decisiones ramificadas y algo de narrativa emergente que se va hilvanando a medida que jugamos.

Un apartado audiovisual con claroscuros
En el plano puramente artístico, The Hundred Line exhibe una estética de anime shonen intensito, oscuro, con diseños de personajes firmados por Rui Komatsuzaki, que ya colaboró en Danganronpa y Akudama Drive. Es palpable, eso sí, una cierta disonancia entre los modelos de los enemigos y de los personajes, algo a lo que nos tiene acostumbrado el estudio, con ese baile entre verosímil y caricaturesco, pero que en The Hundred Line queda un poquito raro y a veces rebaja la tensión más de lo que debería. De resto, cumple con creces, sobre todo teniendo en cuenta las dimensiones del proyecto: buenas ideas, buen rendimiento, incluso en el modo portátil de Nintendo Switch, y multitud de escenas animadas para dinamizar la acción en pantalla.
La música, compuesta por Masafumi Takada, refuerza el tono melancólico y tenso del juego, con una mezcla de electrónica suave, cuerdas y percusiones dramáticas. El apartado sonoro es, sin duda, uno de los más destacados, como viene siendo habitual en las producciones de la firma, con un montón de elementos que se repiten, se reinterpretan, y terminan haciéndose canónicos o representativos de la propia aventura, a pesar de que no haya ningún tema memorable per se.

CONCLUSIONES
The Hundred Line: Last Defense Academy es uno de esos videojuegos que tardan muy, muy poquito en convertirse en obras de culto dentro de su género. Su sistema de combate, que combina elementos de estrategia por turnos con los T-RPG de toda la vida, se une a una hibridez jugable, con múltiples elementos sociales y organización temporal, que recuerda a Persona, y a una narrativa interesante, aun con sus tropos inverosímiles y sus arquetipos rayanos en el cliché, para configurar uno de los JRPG más extraños y especiales de los últimos años. No es tan, tan bueno como nos habría gustado, pero desde luego que es único, raro como él solo, y súper rejugable.
Todo esto, que podría ser una receta para el desastre, ha terminado siendo justamente lo contrario, porque The Hundred Line: Last Defense Academy, incluso con sus tropos intermitentes de shonen japonés, su apartado visual humilde, y su guion, que posee una marcada ambivalencia entre el tono trágico de la historia y la personalidad histriónica y/o arquetípica de algunos de sus personajes, es un magnífico JRPG táctico que bebe de Persona, 13 Sentinels Aegis Rim, e incluso de Fire Emblem. Está claro que lo último de Too Kyo Games apunta a un público un tanto específico, pero te cuento por qué creo que es uno de los mejores JRPG de Nintendo Switch en general.

The Hundred Line: una narrativa laberíntica en 100 días
La trama de The Hundred Line se sitúa en una versión distorsionada y alternativa de Tokio, en la que la población se ha visto obligada a vivir en cúpulas-hábitats subterráneas como consecuencia de una situación de guerra de la que al principio no tenemos demasiados detalles. El protagonista, Takumi Sumino, héroe 101 del departamento shonen, es un joven aparentemente común que, tras un evento sobrenatural que involucra a entidades alienígenas, promesas románticas y crisis climáticas, adquiere una suerte de poder especial relacionado con su sangre. Detrás de ello está Sirei, la mascota-personaje nuclear de The Hundred Line, que sigue la tendencia del estudio de incluir seres que se hallan a medio camino del peluche y del anime de terror como figuras centrales del misterio de sus obras.
Total, que Sumino es reclutado por una institución secreta, la Last Defense Academy, junto a otros catorce estudiantes. La misión es sencillita: deben defender el mundo durante 100 días de una invasión alienígena extradimensional. Si fallan o se niegan, Tokio cae, y con ello todos sus seres queridos, sus esperanzas, sus futuros, y la propia humanidad. Sin presión, por supuesto. A partir de aquí, es importante destacar que narrativamente el título se estructura como una novela visual con alto grado de interactividad, en el sentido de que no estás solo leyendo todo el rato, sino que también tienes un cierto rango de exploración en la Academia, mecánicas sociales que recuerdan a los confidentes o social links de Persona, y por supuesto la posibilidad de practicar y entrenar en las salas habilitadas para ello, todo ello bajo una división temporal de mañana-tarde y un calendario de días que, de nuevo, parece rescatado directamente de la franquicia estrella de Atlus.


Eso sí, con la salvedad de que, dependiendo de nuestras decisiones, la historia puede cristalizar en casi 100 finales diferentes, con distinto grado de complejidad y elocuencia argumental, aunque manteniendo en casi todos los casos una atmósfera enrarecida, que se debate entre lo melancólico, lo combativo, lo cotidiano y lo apocalíptico. Quizás por eso no me ha terminado de convencer esa tangible dualidad entre seriedad argumental y recurso narrativo básico del manga japonés de demografía adolescente, con una trama y unos personajes que, sí, se van desvelando correctamente con el paso del tiempo, pero que a veces recurren a ciertos mecanismos argumentales que parecen más propios de una propuesta tirando a ligerita, y no de una lucha desesperada por la supervivencia de tu especie.
No obstante, es altamente probable que sea una cuestión generacional e incluso cultural; en líneas generales, la historia de The Hundred Line está bien, es altamente reactiva, tiene ideas muy buenas (a pesar de sus asperezas) y te mantiene siempre con ganas de más, lo cual es un don muy a tener en cuenta. Siempre está ahí la sensación de estar atrapado en un lugar más allá del tiempo y del espacio, donde la desesperanza, el apocalipsis, la adolescencia y el humor más japonés se dan la mano. Si te gustan este tipo de propuestas, The Hundred Line cumple con todos los ítems de la checklist; si no, es posible que en algún punto termines desconectando de la trama y de sus personajes.

Jugabilidad: estrategia táctica con alma de novela visual
El gameplay de The Hundred Line se estructura en dos pilares fundamentales: el combate táctico por turnos y el ciclo diario de actividades tipo visual novel. En el campo de batalla, el jugador, con equipos multitudinarios de personajes (hasta 15), debe resistir oleadas de enemigos en mapas organizados por cuadrículas, en un desesperado intento de proteger el núcleo del campus del ataque alienígena. Digo desesperado porque no solo casa a nivel semántico con la propuesta argumental del título, sino porque también las oleadas son cada vez más intensas.
Las batallas, que se articulan mediante un sistema de puntos de acción (AP) compartidos por todo el grupo, deben gestionarse con precisión para optimizar los turnos, pero tienen un interesante giro de tuerca; a diferencia de Fire Emblem, donde la muerte de un personaje en el modo clásico implica su desaparición del plantel, en The Hundred Line se incita continuamente a que arriesguemos la vida de nuestros personajes, e incluso que decidamos cuándo deben morir. Esto último termina siendo un factor clave para el éxito.
No es tanto un ejercicio de estrategia macabra, que hasta cierto punto sí; es que los personajes al morir liberan efectos devastadores, y luego reviven en el siguiente ciclo, algo que la propia narrativa asume y desarrolla con bastante frecuencia e intencionalidad, puesto que al final están todos “atrapados” en una guerra que no entienden. En cualquier caso, cada uno de los 15 personajes posee habilidades activas y pasivas únicas, de muy diversa índole: recorrer casillas en moto para ganar escudos, ganar más poder de ataque por cada enemigo eliminado, recargar más la barra de ataque especial grupal al recibir daño…
Todos tienen lo suyo, tanto en materia de neurodivergencias (hay cada loco suelto en The Hundred Line…) como de esquema táctico en materia de desarrollo de personajes, lo cual permite configurar un sistema de combate que, si bien no llega a las altísimas cotas de calidad de los grandes T-RPG de todos los tiempos, se mantiene súper interesante, variado y adictivo en las 30-40 horas que dura la aventura principal. Por supuesto, fuera del combate te puedes esperar gestión del tiempo y dinámicas sociales, el terror del hikikomori español: entrenar, establecer vínculos sociales, realizar investigaciones o espaciar correctamente los descansos son decisiones que tendrás que ir haciendo sobre la marcha, cuando tengas el día libre y no haya que defender la academia. Todo se estructura en un calendario de 100 días con eventos fijos, secundarios, decisiones ramificadas y algo de narrativa emergente que se va hilvanando a medida que jugamos.


Un apartado audiovisual con claroscuros
En el plano puramente artístico, The Hundred Line exhibe una estética de anime shonen intensito, oscuro, con diseños de personajes firmados por Rui Komatsuzaki, que ya colaboró en Danganronpa y Akudama Drive. Es palpable, eso sí, una cierta disonancia entre los modelos de los enemigos y de los personajes, algo a lo que nos tiene acostumbrado el estudio, con ese baile entre verosímil y caricaturesco, pero que en The Hundred Line queda un poquito raro y a veces rebaja la tensión más de lo que debería. De resto, cumple con creces, sobre todo teniendo en cuenta las dimensiones del proyecto: buenas ideas, buen rendimiento, incluso en el modo portátil de Nintendo Switch, y multitud de escenas animadas para dinamizar la acción en pantalla.
La música, compuesta por Masafumi Takada, refuerza el tono melancólico y tenso del juego, con una mezcla de electrónica suave, cuerdas y percusiones dramáticas. El apartado sonoro es, sin duda, uno de los más destacados, como viene siendo habitual en las producciones de la firma, con un montón de elementos que se repiten, se reinterpretan, y terminan haciéndose canónicos o representativos de la propia aventura, a pesar de que no haya ningún tema memorable per se.

CONCLUSIONES
The Hundred Line: Last Defense Academy es uno de esos videojuegos que tardan muy, muy poquito en convertirse en obras de culto dentro de su género. Su sistema de combate, que combina elementos de estrategia por turnos con los T-RPG de toda la vida, se une a una hibridez jugable, con múltiples elementos sociales y organización temporal, que recuerda a Persona, y a una narrativa interesante, aun con sus tropos inverosímiles y sus arquetipos rayanos en el cliché, para configurar uno de los JRPG más extraños y especiales de los últimos años. No es tan, tan bueno como nos habría gustado, pero desde luego que es único, raro como él solo, y súper rejugable.
Versión analizada Nintendo Switch. Copia digital proporcionada por Press Engine.
El sistema de combate. La atmósfera general. La Academia. Muchísimos finales.
Algunos personajes son demasiado arquetípicos. Cierta disonancia entre tono y diseño.
A pesar de sus tropos shonen, sus clichés y su extraño diseño artístico, The Hundred Line es un JRPG táctico muy divertido y temáticamente potente.