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Análisis de Mount & Blade: Bannerlord, una experiencia única de PC que llega a consolas
A caballo entre el rol occidental y la estrategia, y con un increíble mundo abierto, Bannerlord no se juega, se vive. Te contamos todo sobre su versión final.
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Tengo que reconocer que la idea de formar parte de una banda de mercenarios, en el maremágnum de muerte, decadencia y guerra que es la Edad Media, nunca me había parecido especialmente atractiva. Sí que me interesaba, en cambio, el rollito de La comunidad del anillo; es decir, un grupo unido por la adversidad, por derrotar de una vez por todas a los males que acosan a las eras del mundo. No obstante, la cosa cambió cuando vi Berserk y me descubrí encandilado ante el apasionado mensaje de Griffith, al igual que el resto de la banda del halcón. De pronto, los términos del juego ya no son los mismos, y comienza a parecerme no solo lícito sino también deseable su propósito: pasar de la casta más baja de la sociedad a rey de un nuevo imperio, de una nación propia. Esas fueron las razones que me llevaron a descubrir el genial Band of Brothers, un título indie que te permite gestionar precisamente estas historias, o dedicarle cientos de horas a Mount and Blade: Warband, uno de los juegos más únicos de los que he probado en mi vida.
Pues bien, esas mismas sensaciones las revive Bannerlord, y lo hace además de manera muy inteligente, muy cuidada. Ya te hablé en su día de qué podías esperar exactamente del acceso anticipado de la nueva obra de TaleWorlds, y ahora que ha salido oficialmente aprovechamos para tratar qué te ofrece ahora mismo, especialmente en el contexto de las consolas.

LA EXPERIENCIA DE MOUNT & BLADE: BANNERLORD
Lo primero que tenemos que tener en cuenta es que Bannerlord, al igual que sus antecesores videojueguiles, es una obra que, hasta cierto punto, no se podía entender fuera del mundo del ordenador. Hablamos de una fórmula única, distintiva, acaso extraña, que mezcla hábilmente rol y estrategia, géneros que siempre han estado íntimamente ligados al mundo del PC. Todo sea dicho, no es una cuestión únicamente jugable, sino más bien de planteamiento: con Mount and Blade no te vas a encontrar ante un Skyrim, un The Witcher 3 o un Mass Effect al uso, que son grandes exponentes de la industria pero de una manera un pelín distinta, más sencilla; en esencia, con Bannerlord vas a ir casi hasta los límites del RPG. Por poner un símil claro, Civilization y Crusader Kings 3 (o el nuevo Victoria 3) no son lo mismo, ni requieren del jugador una idéntica predisposición, ya que el primero es un 4X bastante ligerito (aunque adictivo y sensacional), y el segundo es un simulador de la economía mundial en el seno de las sociedades victorianas. Vamos, que Victoria 3 es mucho más hardcore, más bestia, algo que Bannerlord replica en su género.
¿Por qué comento esto? Bueno, el primer punto es que Bannerlord realmente no tiene historia, a pesar de tener modo "Campaña"; sí que hay una especie de hilo argumental, bastante testimonial, que sirve más bien para situarte en el mundo, pero aquí todos hemos venido para buscarnos la vida en un continente ficticio de clara inspiración europea. Sobra decir, por ende, que Bannerlord se presta enormemente a la narrativa emergente, a que cada jugador encuentre su propia historia en Calradia. A decir verdad, las posibilidades se cuentan por cientos, pues tal es el número de sistemas y de subsistemas del juego. Puedes ser un mercenario, sí, pero también un soldado (e incluso puedes progresar dentro del ejército) de una de las seis culturas disponibles, un mercader, un artesano, un delincuente, ya sea a pequeña o gran escala, un noble, un constructor… Todo depende de ti, aunque es innegable que el título funciona mejor cuando todos estos elementos se integran de manera eficaz en una sola partida, algo que no solo es viable sino también deseable.
Por ejemplo, en mi primera partida acabé fundando un reino nuevo (es decir, conseguí cumplir el sueño de Griffith, aunque sin movidas esotéricas y macabras de por medio) y, después de un tiempo, conseguí sobreponerme al inmenso desafío diplomático y organizativo que ello supone: decidir cuáles son los nobles y sus posesiones, administrar un ejército colosal, promover el desarrollo de las ciudades, construir en ellas o en los pueblos aledaños y, cómo no, elegir con quién meterse en fregaos y en guerras, cuándo y por qué. Secuestrar hijos de nobles en los asedios, que son notablemente mejores que los de Warband, es mi vicio culpable en Calradia. En cambio, en mi segunda partida, por ejemplo, me convertí primero en asaltante de caravanas y, después, en justiciero... ¡Exactamente lo opuesto! Llegó un punto en el que me di cuenta de que ese no podía ser el camino de mi personaje, que ese no era su destino... y cambié. De por medio también me batí en incontables duelos, fundé una casa nobiliaria y contraje matrimonio con una doncella de beatífica apariencia capitalina.
Todo esto suena muy bien, sin duda, especialmente si eres un gran seguidor del rol occidental más clásico, que, en clara contraposición al japonés, destaca precisamente por la libertad del jugador, pero también es fácilmente inferible que estas características hacen que Bannerlord simplemente no sea un juego para todo el mundo. No te voy a mentir: a veces la experiencia es inmisericorde, los tutoriales son claramente ineficaces, y las posibilidades son tantas que puede llegar a resultar abrumador. No ayuda tampoco que su curva de dificultad sea tan exagerada desde el principio, ni que los ajustes de complejidad presenten claras disonancias. Sin embargo, esa es parte de la magia: la esencia de Bannerlord puede ser resumida con la frase “Sic Parvis Magna” (‘La grandeza nace de pequeños comienzos’), idea que también tiene una gran relevancia en la trama de Uncharted. Sea como fuere, a Bannerlord vienes a darle caña al malvivir del ser humano en la Edad Media, tanto para bien como para mal. Si la idea te parece atractiva, ni te lo pienses: eres el público objetivo del juego.
LA VIDA EN CALRADIA, UNA MEZCLA DE ROL Y ESTRATEGIA
Ahora que ya sabemos qué es Mount & Blade: Bannerlord (no admitimos “una fumada” como respuesta), nos queda saber cómo se juega a Mount & Blade: Bannerlord. En realidad, ya hemos dado unas cuantas pinceladas en los párrafos anteriores. Lo más importante es su naturaleza mixta, esto es, su combinación de elementos roleros (tales como estadísticas de personaje, subidas de nivel, distintos tipos y calidades de equipamiento, y libertad de decisión) y de aspectos más tácticos, como la economía cambiante de sus ciudades, la posibilidad de construir edificios de todo tipo, y la necesidad de organizar a tu grupo de seguidores, ya sean cinco asaltantes desarrapados y fétidos o quinientos soldados del reino. Eso sí, de entrada lo que más te va a chocar puede que sea la increíble libertad de acción que Bannerlord pone a tu disposición; nada más finalizar el tutorial te sueltan en el mundo, te asignan una misión secundaria que se hace en quince minutos… Y a partir de ahí es cosa tuya, totalmente. Nadie te impide inmolarse contra las murallas de la capital, si consideras que esa es la sublimación de la existencia humana.
No es la primera vez que vemos algo así, eso está claro; los anteriores Mount & Blade también seguían esta estructura súper abierta, y Kenshi, que es más reciente, también se hizo un huequito en mi corazón precisamente por lo mismo. Eso sí, Bannerlord lo hace de una manera excepcional, en el sentido de que integra muchísimas mejoras de calidad de vida y mecánicas importantísimas que, en tiempos pasados, solo estaban disponibles gracias a mods de la comunidad, con el consecuente quebradero de cabeza que eso puede llegar a implicar. Por cierto, ya que estamos con el tema, la ausencia de mods es quizás uno de los puntos que menos me convence de jugar a un título de estas características en consolas, lo que no quita que la experiencia base siga siendo sobresaliente. Eso sí, es demasiado similar a lo que ya vimos en entregas anteriores, circunstancia entendible pero también remarcable; a veces es imposible no sentir que estás haciendo lo mismo una y otra vez, con unos cuantos años de por medio.

¿Y qué pasa con la exploración y el combate? Hay mucha abundancia de ambas, como es lógico. La primera se realiza principalmente en el mapa del juego, donde podremos dirigir a nuestro grupito de "power rangers" del medievo (o a nuestras escuadras imperiales, si juegas cientos de horas) a nuestra voluntad, y el segundo tiene lugar en instancias separadas. Una vez ahí, te encuentras con un esquema de hack and slash muy sencillito pero de enorme profundidad, con golpes y paradas direccionales que recuerdan a lo que vimos, por ejemplo, en Kingdom Come Deliverance. La variedad de armamento es importante: arcos, ballestas, lanzas, espadas de infantería, espadas de dos manos, hachas, mazas, jabalinas, distintos tipos de escudos… Por supuesto, también tienes que añadir los caballos (a su vez, con diferentes parámetros) a la fórmula, lo que termina de redondear la experiencia. Destaca también la posibilidad de jugar en primera persona, mi favorita por temas de inmersión, o en tercera, así como un interesante sistema de misiones secundarias de los de antaño; nada de flechitas, apúntate el nombre de la peña y sigue las indicaciones que te comentaron así, de pasada.
En cuanto al apartado técnico, muy buenas sensaciones en general. Es cierto que todavía hay algún bug incómodo, o que es posible reparar en la existencia de animaciones un tanto anacrónicas, más propias de generaciones pasadas que de los tiempos que corren, pero nada de eso importa cuando te sumerges en la increíble arquitectura de Calradia, o cuando te pierdes por sus bosques, desiertos y tundras imposibles. Como siempre, un gran trabajo en el apartado artístico y en temas sonoros, aunque es verdad que me ha faltado algo más de actuación de voz para terminar de redondear el mundo de Bannerlord. Si te preocupa la optimización en ordenador, debo decir que tiene sus más y sus menos, pero en consola funciona de manera estupenda, especialmente en modo rendimiento (1440p y 60fps).
CONCLUSIONES
Mount & Blade: Bannerlord es un título extraño en el mejor sentido de la palabra; es una rara avis, una obra única que solo vemos cada cierto tiempo. Sus principales defectos son que, en efecto, ofrece una experiencia demasiado parecida a la de las entregas anteriores de la franquicia, y que en temas técnicos todavía tiene alguna que otra aspereza, sobre todo en tema de animaciones y de acabados en general. No obstante, sus virtudes son incontables: es inmersivo como pocos, ofrece una libertad casi impensable, su fórmula jugable es compleja y adictiva y, lo más importante, es divertidísimo. Es verdad que es un título muy de nicho, así que te recomiendo que le eches un buen vistazo antes de lanzarte a por él, pero si cualquiera de sus premisas te resulta aunque sea remotamente interesante ya te digo que te vas a encontrar con un título atrevido y sobresaliente. Eso sí, mejor en PC: los mods siempre le dan vidas infinitas a los juegos, y en el caso de la comunidad de Mount & Blade esto es casi tan cierto como en la de The Elder Scrolls. En esencia, un juego excelente… Pero no para todos los públicos.
Pues bien, esas mismas sensaciones las revive Bannerlord, y lo hace además de manera muy inteligente, muy cuidada. Ya te hablé en su día de qué podías esperar exactamente del acceso anticipado de la nueva obra de TaleWorlds, y ahora que ha salido oficialmente aprovechamos para tratar qué te ofrece ahora mismo, especialmente en el contexto de las consolas.

LA EXPERIENCIA DE MOUNT & BLADE: BANNERLORD
Lo primero que tenemos que tener en cuenta es que Bannerlord, al igual que sus antecesores videojueguiles, es una obra que, hasta cierto punto, no se podía entender fuera del mundo del ordenador. Hablamos de una fórmula única, distintiva, acaso extraña, que mezcla hábilmente rol y estrategia, géneros que siempre han estado íntimamente ligados al mundo del PC. Todo sea dicho, no es una cuestión únicamente jugable, sino más bien de planteamiento: con Mount and Blade no te vas a encontrar ante un Skyrim, un The Witcher 3 o un Mass Effect al uso, que son grandes exponentes de la industria pero de una manera un pelín distinta, más sencilla; en esencia, con Bannerlord vas a ir casi hasta los límites del RPG. Por poner un símil claro, Civilization y Crusader Kings 3 (o el nuevo Victoria 3) no son lo mismo, ni requieren del jugador una idéntica predisposición, ya que el primero es un 4X bastante ligerito (aunque adictivo y sensacional), y el segundo es un simulador de la economía mundial en el seno de las sociedades victorianas. Vamos, que Victoria 3 es mucho más hardcore, más bestia, algo que Bannerlord replica en su género.
¿Por qué comento esto? Bueno, el primer punto es que Bannerlord realmente no tiene historia, a pesar de tener modo "Campaña"; sí que hay una especie de hilo argumental, bastante testimonial, que sirve más bien para situarte en el mundo, pero aquí todos hemos venido para buscarnos la vida en un continente ficticio de clara inspiración europea. Sobra decir, por ende, que Bannerlord se presta enormemente a la narrativa emergente, a que cada jugador encuentre su propia historia en Calradia. A decir verdad, las posibilidades se cuentan por cientos, pues tal es el número de sistemas y de subsistemas del juego. Puedes ser un mercenario, sí, pero también un soldado (e incluso puedes progresar dentro del ejército) de una de las seis culturas disponibles, un mercader, un artesano, un delincuente, ya sea a pequeña o gran escala, un noble, un constructor… Todo depende de ti, aunque es innegable que el título funciona mejor cuando todos estos elementos se integran de manera eficaz en una sola partida, algo que no solo es viable sino también deseable.
"Bannerlord se presta enormemente a la narrativa emergente, a que cada jugador encuentre su propia historia en Calradia"
Por ejemplo, en mi primera partida acabé fundando un reino nuevo (es decir, conseguí cumplir el sueño de Griffith, aunque sin movidas esotéricas y macabras de por medio) y, después de un tiempo, conseguí sobreponerme al inmenso desafío diplomático y organizativo que ello supone: decidir cuáles son los nobles y sus posesiones, administrar un ejército colosal, promover el desarrollo de las ciudades, construir en ellas o en los pueblos aledaños y, cómo no, elegir con quién meterse en fregaos y en guerras, cuándo y por qué. Secuestrar hijos de nobles en los asedios, que son notablemente mejores que los de Warband, es mi vicio culpable en Calradia. En cambio, en mi segunda partida, por ejemplo, me convertí primero en asaltante de caravanas y, después, en justiciero... ¡Exactamente lo opuesto! Llegó un punto en el que me di cuenta de que ese no podía ser el camino de mi personaje, que ese no era su destino... y cambié. De por medio también me batí en incontables duelos, fundé una casa nobiliaria y contraje matrimonio con una doncella de beatífica apariencia capitalina.
Todo esto suena muy bien, sin duda, especialmente si eres un gran seguidor del rol occidental más clásico, que, en clara contraposición al japonés, destaca precisamente por la libertad del jugador, pero también es fácilmente inferible que estas características hacen que Bannerlord simplemente no sea un juego para todo el mundo. No te voy a mentir: a veces la experiencia es inmisericorde, los tutoriales son claramente ineficaces, y las posibilidades son tantas que puede llegar a resultar abrumador. No ayuda tampoco que su curva de dificultad sea tan exagerada desde el principio, ni que los ajustes de complejidad presenten claras disonancias. Sin embargo, esa es parte de la magia: la esencia de Bannerlord puede ser resumida con la frase “Sic Parvis Magna” (‘La grandeza nace de pequeños comienzos’), idea que también tiene una gran relevancia en la trama de Uncharted. Sea como fuere, a Bannerlord vienes a darle caña al malvivir del ser humano en la Edad Media, tanto para bien como para mal. Si la idea te parece atractiva, ni te lo pienses: eres el público objetivo del juego.
LA VIDA EN CALRADIA, UNA MEZCLA DE ROL Y ESTRATEGIA
Ahora que ya sabemos qué es Mount & Blade: Bannerlord (no admitimos “una fumada” como respuesta), nos queda saber cómo se juega a Mount & Blade: Bannerlord. En realidad, ya hemos dado unas cuantas pinceladas en los párrafos anteriores. Lo más importante es su naturaleza mixta, esto es, su combinación de elementos roleros (tales como estadísticas de personaje, subidas de nivel, distintos tipos y calidades de equipamiento, y libertad de decisión) y de aspectos más tácticos, como la economía cambiante de sus ciudades, la posibilidad de construir edificios de todo tipo, y la necesidad de organizar a tu grupo de seguidores, ya sean cinco asaltantes desarrapados y fétidos o quinientos soldados del reino. Eso sí, de entrada lo que más te va a chocar puede que sea la increíble libertad de acción que Bannerlord pone a tu disposición; nada más finalizar el tutorial te sueltan en el mundo, te asignan una misión secundaria que se hace en quince minutos… Y a partir de ahí es cosa tuya, totalmente. Nadie te impide inmolarse contra las murallas de la capital, si consideras que esa es la sublimación de la existencia humana.
No es la primera vez que vemos algo así, eso está claro; los anteriores Mount & Blade también seguían esta estructura súper abierta, y Kenshi, que es más reciente, también se hizo un huequito en mi corazón precisamente por lo mismo. Eso sí, Bannerlord lo hace de una manera excepcional, en el sentido de que integra muchísimas mejoras de calidad de vida y mecánicas importantísimas que, en tiempos pasados, solo estaban disponibles gracias a mods de la comunidad, con el consecuente quebradero de cabeza que eso puede llegar a implicar. Por cierto, ya que estamos con el tema, la ausencia de mods es quizás uno de los puntos que menos me convence de jugar a un título de estas características en consolas, lo que no quita que la experiencia base siga siendo sobresaliente. Eso sí, es demasiado similar a lo que ya vimos en entregas anteriores, circunstancia entendible pero también remarcable; a veces es imposible no sentir que estás haciendo lo mismo una y otra vez, con unos cuantos años de por medio.

¿Y qué pasa con la exploración y el combate? Hay mucha abundancia de ambas, como es lógico. La primera se realiza principalmente en el mapa del juego, donde podremos dirigir a nuestro grupito de "power rangers" del medievo (o a nuestras escuadras imperiales, si juegas cientos de horas) a nuestra voluntad, y el segundo tiene lugar en instancias separadas. Una vez ahí, te encuentras con un esquema de hack and slash muy sencillito pero de enorme profundidad, con golpes y paradas direccionales que recuerdan a lo que vimos, por ejemplo, en Kingdom Come Deliverance. La variedad de armamento es importante: arcos, ballestas, lanzas, espadas de infantería, espadas de dos manos, hachas, mazas, jabalinas, distintos tipos de escudos… Por supuesto, también tienes que añadir los caballos (a su vez, con diferentes parámetros) a la fórmula, lo que termina de redondear la experiencia. Destaca también la posibilidad de jugar en primera persona, mi favorita por temas de inmersión, o en tercera, así como un interesante sistema de misiones secundarias de los de antaño; nada de flechitas, apúntate el nombre de la peña y sigue las indicaciones que te comentaron así, de pasada.
En cuanto al apartado técnico, muy buenas sensaciones en general. Es cierto que todavía hay algún bug incómodo, o que es posible reparar en la existencia de animaciones un tanto anacrónicas, más propias de generaciones pasadas que de los tiempos que corren, pero nada de eso importa cuando te sumerges en la increíble arquitectura de Calradia, o cuando te pierdes por sus bosques, desiertos y tundras imposibles. Como siempre, un gran trabajo en el apartado artístico y en temas sonoros, aunque es verdad que me ha faltado algo más de actuación de voz para terminar de redondear el mundo de Bannerlord. Si te preocupa la optimización en ordenador, debo decir que tiene sus más y sus menos, pero en consola funciona de manera estupenda, especialmente en modo rendimiento (1440p y 60fps).
CONCLUSIONES
Mount & Blade: Bannerlord es un título extraño en el mejor sentido de la palabra; es una rara avis, una obra única que solo vemos cada cierto tiempo. Sus principales defectos son que, en efecto, ofrece una experiencia demasiado parecida a la de las entregas anteriores de la franquicia, y que en temas técnicos todavía tiene alguna que otra aspereza, sobre todo en tema de animaciones y de acabados en general. No obstante, sus virtudes son incontables: es inmersivo como pocos, ofrece una libertad casi impensable, su fórmula jugable es compleja y adictiva y, lo más importante, es divertidísimo. Es verdad que es un título muy de nicho, así que te recomiendo que le eches un buen vistazo antes de lanzarte a por él, pero si cualquiera de sus premisas te resulta aunque sea remotamente interesante ya te digo que te vas a encontrar con un título atrevido y sobresaliente. Eso sí, mejor en PC: los mods siempre le dan vidas infinitas a los juegos, y en el caso de la comunidad de Mount & Blade esto es casi tan cierto como en la de The Elder Scrolls. En esencia, un juego excelente… Pero no para todos los públicos.
Gran libertad de acción. El combate. Cada partida es única. Las facciones.
La experiencia es demasiado similar a Warband. En consola no tiene mods.
Bannerlord es un RPG titánico y muy especial; su único problema es que es demasiado similar a Warband. Es genial, pero mejor en PC.