
PC
La dimensión desconocida
Death Stranding, uno de los títulos de autor por excelencia de la generación, llega a PC con su historia metafísica, su cautivadora exploración... y con su particular extravagancia, claro.
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Que Death Stranding iba a ser uno de los juegos más especiales de la generación es algo que prácticamente ni cotizaba; no en vano proviene del extravagante y veleidoso ideario de Kojima, creativo excéntrico donde los haya, y encima con plena libertad creativa debido a su estelar trayectoria en el mundillo. El año pasado salió en hipotética exclusiva para PlayStation 4 —si bien ya había información que apuntaba a un futuro pero cercano lanzamiento en compatibles—, y en el análisis ya te comentaba que esta aventura de tendencias filosóficas y motivos sociales es una de esas extrañas obras de culto que es imposible de encajar verdaderamente bien en los preestablecidos moldes de la industria Triple A; sin duda, es excesivamente críptico, a veces se pasa de especial, y su escenografía tiene algún momento no carente de cierta vulgaridad, pero en general es una experiencia tan atrevida como memorable. Ahora, Death Stranding prepara su desembarco en PC, y trataré de explicarte lo mejor que pueda qué tal ha salido la adaptación y si es tan recomendable ahora, en esta pseudo-nueva normalidad, como era en los últimos compases del año pasado.
El viaje de Sam
Eso sí, antes de ponernos en materia técnica, conviene recordar que el argumento juega un papel sencillamente fundamental en Death Stranding —no te preocupes, el texto está totalmente libre de destripes—; a través de una historia coral, seguimos los pasos de Sam “Porter” Bridges, un repartidor futurista que se ve envuelto en un desesperado intento de vertebrar la decadente sociedad estadounidense a través de la unión de las aisladas, solitarias, y, en ocasiones, hurañas ciudades-estado que recorren de costa a costa estas amargas realidades del fin del mundo. Haciendo uso de una narrativa que propone una profundización doble, es decir, un movimiento interno, hacia el fondo de los personajes, y otro externo, hacia el trasfondo de América y la contextualización de sucesos, Death Stranding participa de elementos filosóficos y metafísicos, y conforma un “todo” en el que es imposible de desligar la crítica política y psicológica de la ciencia ficción y de la reunificación social, el auténtico núcleo temático de la última obra del bueno de Kojima.

Es algo que consigue, además, tanto por la interacción del medio y su sistema de construcción y de ayuda multijugador —en el que edificaciones, vehículos, carreteras, etc., pueden ser construidos o regalados a otros jugadores para ayudarlos a avanzar por aquellos duros eriales azotados por el Declive—, como por la elaboración de un notable elenco de protagonistas, que cuenta con rostros del calibre del propio Norman Reedus, Mads Mikkelsen, Lindsay Wagner o Guillermo del Toro —consulta nuestra guía argumental para descubrir quién es quién en Death Stranding—. En esencia, Kojima nos brinda una narrativa compleja, fragmentada, en la que tanto la reflexión final como las hipótesis que el propio jugador se plantea por el camino tienen un enorme valor. No es un título para dejarse llevar en las neblinosas corrientes de la evasión, sino para indagar constantemente en sus cinemáticas, en las frases de los personajes, o incluso en lo que sale en pantalla y no terminamos de comprender. Algo que, por otro lado, es totalmente normal; Death Stranding es la obra más extravagante y especial de Kojima. Ahí es nada. No obstante, hay que reconocer que el juego te deja muchos momentos para que intentes hilvanar las demenciales piezas de su hilo argumental, ya que los viajes, sean a pie o en vehículo, y las entregas de mercancía son una constante en la aventura.

En cierto modo, hablamos de una jugabilidad que retoma los esquemas de los archiconocidos walking simulator, profundizando en sus fórmulas, sí, pero también en el mismo alcance de su planteamiento, de manera que la relación paisaje-jugador se vuelve nuclear. La orografía del terreno, los accidentes geográficos, la corriente de la inmensa red de ríos y de prístinos riachuelos, las acometidas de los enemigos, las zonas repletas de entes sobrenaturales —donde el título se atreve con el tono típico de los survival horror—, la ambientación decadente y herrumbrosa… todo colabora al unísono, conformando un apartado jugable que, contra todo pronóstico, triunfa a la hora de hacer que caminar y explorar sea, en efecto, una actividad lúdica y absorbente. Es una obra que fomenta la exploración y que, de hecho, vive de ella, al tiempo que se presta a la narrativa emergente con pequeños acontecimientos que, si bien resultan extremadamente sencillos de oídas, adquieren una mayor complejidad cuando te enfrentas a ellos cara a cara. En Death Stranding cada paso cuenta, y cómo llegues a un lugar determinado es algo que depende enteramente de ti.

Entiendo que la diversión es una cuestión puramente subjetiva, hecho que se refrenda en el sentir un tanto dividido de la comunidad con el título —ya se sabe, de pasiones desaforadas suele ir la gente últimamente, y del amor al odio—, pero es innegable que Kojima Productions preconfigura un desarrollo único en Death Stranding, y quién sabe si abre las puertas a la inauguración de un género, tal y como consiguió con la célebre y exitosa franquicia Metal Gear. Uno que no se basa en gratificantes recorridos de sigilo, ni en un maremágnum de acción, disparos y explosiones, ni siquiera en el terror y la angustia, sino simplemente en la sensación de extravío, de aventura, y de soledad, a través unos lóbregos páramos en los que hay que avanzar con cuidado, y en los que cada decisión puede alterar en buena medida la experiencia que tenemos con el entorno. No es para todo el mundo, pero merece la pena darle una oportunidad; te puedo asegurar que no te va a dejar indiferente, para bien o para mal. Es cierto que precisamente por esto puede pecar de un ritmo errático, de secuencias jugables más aburridas, o de una relativa repetición de patrones —hay armas y combate, pero no destacan por sus implicaciones, ni siquiera en enfrentamientos especiales—, por lo que a veces hay que armarse de paciencia.

Finalmente, a nivel visual, Death Stranding ya brilló en PlayStation 4 con un acabado gráfico sobresaliente, especialmente en materia de recreación facial, de captura de movimientos, y de diseño de exteriores, todo ello con una carga poligonal y un músculo tecnológico que impresiona más si cabe por la estructura de mundo abierto que propone —aunque no siempre funciona así, pero no quiero privar a nadie de algunas sorpresas—. A este respecto, la preocupación central era que la adaptación a ordenador pecara de ser excesivamente complaciente y poco cuidada; sin embargo, no es ese el caso, ya que Death Stranding funciona de maravilla en PC. El rendimiento es muy fluido, los requisitos gráficos no son altos —y, lo que es mejor, sorprenden también por su suavidad algunas configuraciones teóricamente inferiores a las mínimas—, y a las aventuras de Sam le sientan genial las tasas libres de imágenes por segundo, hasta un máximo de 240, cifras reservadas para los grandes entusiastas de los componentes de alta gama. Soporta, además, monitores ultrapanorámicos, y los controles con teclado y ratón funcionan francamente bien —si bien se pierde la interesante vibración que propone el título—, por lo que hay muy poquitas quejas técnicas en lo que se refiere a su advenimiento a ordenadores, modo foto e ítems nuevos de Half Life y Portal incluidos.
Y, como siempre, el último trabajo de Kojima viene aderezado con una banda sonora sensacional, que contiene melodías que se graban con facilidad en el terreno de los recuerdos, y cuenta, a su vez, con una notable actuación de voz, especialmente en versión original —si bien el doblaje en español puede que sea de lo mejorcito del sector en años recientes—. En conjunto, Death Stranding supone una sensacional experiencia audiovisual que, ahora más que nunca, merece ser valorada y disfrutada en su plenitud.

Conclusiones
No era perfecto en su día, y tampoco lo es ahora, pero Death Stranding continúa siendo una de las grandes obras de autor de la presente generación, y me atrevería a decir que eso no va a cambiar en muchísimo tiempo; es especial, transgresor, introspectivo, viene acompañado de un apartado audiovisual de elevado quilataje, e involucra motivos y reflexiones que son tan universales como relevantes en nuestra realidad contemporánea. Por si eso fuera poco, la adaptación a ordenador está hecha con mimo, y presenta un rendimiento excelente en multitud de configuraciones. En definitiva, está claro que no es una obra para todo el mundo, pero es una de esas locuras de la industria que, como poco, merecen ser probadas y tenidas en cuenta; no estoy seguro de hasta qué punto hará avanzar la industria, tal y como aseguraba el excéntrico y siempre entrañable Kojima, pero su permanencia en los anales de los títulos de culto ya es sencillamente indiscutible.
El viaje de Sam
Eso sí, antes de ponernos en materia técnica, conviene recordar que el argumento juega un papel sencillamente fundamental en Death Stranding —no te preocupes, el texto está totalmente libre de destripes—; a través de una historia coral, seguimos los pasos de Sam “Porter” Bridges, un repartidor futurista que se ve envuelto en un desesperado intento de vertebrar la decadente sociedad estadounidense a través de la unión de las aisladas, solitarias, y, en ocasiones, hurañas ciudades-estado que recorren de costa a costa estas amargas realidades del fin del mundo. Haciendo uso de una narrativa que propone una profundización doble, es decir, un movimiento interno, hacia el fondo de los personajes, y otro externo, hacia el trasfondo de América y la contextualización de sucesos, Death Stranding participa de elementos filosóficos y metafísicos, y conforma un “todo” en el que es imposible de desligar la crítica política y psicológica de la ciencia ficción y de la reunificación social, el auténtico núcleo temático de la última obra del bueno de Kojima.

Es algo que consigue, además, tanto por la interacción del medio y su sistema de construcción y de ayuda multijugador —en el que edificaciones, vehículos, carreteras, etc., pueden ser construidos o regalados a otros jugadores para ayudarlos a avanzar por aquellos duros eriales azotados por el Declive—, como por la elaboración de un notable elenco de protagonistas, que cuenta con rostros del calibre del propio Norman Reedus, Mads Mikkelsen, Lindsay Wagner o Guillermo del Toro —consulta nuestra guía argumental para descubrir quién es quién en Death Stranding—. En esencia, Kojima nos brinda una narrativa compleja, fragmentada, en la que tanto la reflexión final como las hipótesis que el propio jugador se plantea por el camino tienen un enorme valor. No es un título para dejarse llevar en las neblinosas corrientes de la evasión, sino para indagar constantemente en sus cinemáticas, en las frases de los personajes, o incluso en lo que sale en pantalla y no terminamos de comprender. Algo que, por otro lado, es totalmente normal; Death Stranding es la obra más extravagante y especial de Kojima. Ahí es nada. No obstante, hay que reconocer que el juego te deja muchos momentos para que intentes hilvanar las demenciales piezas de su hilo argumental, ya que los viajes, sean a pie o en vehículo, y las entregas de mercancía son una constante en la aventura.

En cierto modo, hablamos de una jugabilidad que retoma los esquemas de los archiconocidos walking simulator, profundizando en sus fórmulas, sí, pero también en el mismo alcance de su planteamiento, de manera que la relación paisaje-jugador se vuelve nuclear. La orografía del terreno, los accidentes geográficos, la corriente de la inmensa red de ríos y de prístinos riachuelos, las acometidas de los enemigos, las zonas repletas de entes sobrenaturales —donde el título se atreve con el tono típico de los survival horror—, la ambientación decadente y herrumbrosa… todo colabora al unísono, conformando un apartado jugable que, contra todo pronóstico, triunfa a la hora de hacer que caminar y explorar sea, en efecto, una actividad lúdica y absorbente. Es una obra que fomenta la exploración y que, de hecho, vive de ella, al tiempo que se presta a la narrativa emergente con pequeños acontecimientos que, si bien resultan extremadamente sencillos de oídas, adquieren una mayor complejidad cuando te enfrentas a ellos cara a cara. En Death Stranding cada paso cuenta, y cómo llegues a un lugar determinado es algo que depende enteramente de ti.

Entiendo que la diversión es una cuestión puramente subjetiva, hecho que se refrenda en el sentir un tanto dividido de la comunidad con el título —ya se sabe, de pasiones desaforadas suele ir la gente últimamente, y del amor al odio—, pero es innegable que Kojima Productions preconfigura un desarrollo único en Death Stranding, y quién sabe si abre las puertas a la inauguración de un género, tal y como consiguió con la célebre y exitosa franquicia Metal Gear. Uno que no se basa en gratificantes recorridos de sigilo, ni en un maremágnum de acción, disparos y explosiones, ni siquiera en el terror y la angustia, sino simplemente en la sensación de extravío, de aventura, y de soledad, a través unos lóbregos páramos en los que hay que avanzar con cuidado, y en los que cada decisión puede alterar en buena medida la experiencia que tenemos con el entorno. No es para todo el mundo, pero merece la pena darle una oportunidad; te puedo asegurar que no te va a dejar indiferente, para bien o para mal. Es cierto que precisamente por esto puede pecar de un ritmo errático, de secuencias jugables más aburridas, o de una relativa repetición de patrones —hay armas y combate, pero no destacan por sus implicaciones, ni siquiera en enfrentamientos especiales—, por lo que a veces hay que armarse de paciencia.

Finalmente, a nivel visual, Death Stranding ya brilló en PlayStation 4 con un acabado gráfico sobresaliente, especialmente en materia de recreación facial, de captura de movimientos, y de diseño de exteriores, todo ello con una carga poligonal y un músculo tecnológico que impresiona más si cabe por la estructura de mundo abierto que propone —aunque no siempre funciona así, pero no quiero privar a nadie de algunas sorpresas—. A este respecto, la preocupación central era que la adaptación a ordenador pecara de ser excesivamente complaciente y poco cuidada; sin embargo, no es ese el caso, ya que Death Stranding funciona de maravilla en PC. El rendimiento es muy fluido, los requisitos gráficos no son altos —y, lo que es mejor, sorprenden también por su suavidad algunas configuraciones teóricamente inferiores a las mínimas—, y a las aventuras de Sam le sientan genial las tasas libres de imágenes por segundo, hasta un máximo de 240, cifras reservadas para los grandes entusiastas de los componentes de alta gama. Soporta, además, monitores ultrapanorámicos, y los controles con teclado y ratón funcionan francamente bien —si bien se pierde la interesante vibración que propone el título—, por lo que hay muy poquitas quejas técnicas en lo que se refiere a su advenimiento a ordenadores, modo foto e ítems nuevos de Half Life y Portal incluidos.
Y, como siempre, el último trabajo de Kojima viene aderezado con una banda sonora sensacional, que contiene melodías que se graban con facilidad en el terreno de los recuerdos, y cuenta, a su vez, con una notable actuación de voz, especialmente en versión original —si bien el doblaje en español puede que sea de lo mejorcito del sector en años recientes—. En conjunto, Death Stranding supone una sensacional experiencia audiovisual que, ahora más que nunca, merece ser valorada y disfrutada en su plenitud.

Conclusiones
No era perfecto en su día, y tampoco lo es ahora, pero Death Stranding continúa siendo una de las grandes obras de autor de la presente generación, y me atrevería a decir que eso no va a cambiar en muchísimo tiempo; es especial, transgresor, introspectivo, viene acompañado de un apartado audiovisual de elevado quilataje, e involucra motivos y reflexiones que son tan universales como relevantes en nuestra realidad contemporánea. Por si eso fuera poco, la adaptación a ordenador está hecha con mimo, y presenta un rendimiento excelente en multitud de configuraciones. En definitiva, está claro que no es una obra para todo el mundo, pero es una de esas locuras de la industria que, como poco, merecen ser probadas y tenidas en cuenta; no estoy seguro de hasta qué punto hará avanzar la industria, tal y como aseguraba el excéntrico y siempre entrañable Kojima, pero su permanencia en los anales de los títulos de culto ya es sencillamente indiscutible.
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Copia digital proporcionada por 505 Games.
La narrativa. El apartado audiovisual. Muy cinematográfico. Promueve las aventuras. Gran adaptación.
El ritmo a veces se ve resentido por su propuesta. Puede resultar repetitivo. Los jefes.
Death Stranding es un auténtico título de culto que apenas se ve ensombrecido por algunas imprecisiones jugables. Tan recomendable como especial.